Malformaciones congénitas o adquiridas: pie cavo

Pes cavus es una de las malformaciones más comunes. Quienes la padecen tienen un arco plantar medial más acentuado, y por tanto más alto, de lo que debería

La situación opuesta es el pie plano, un problema caracterizado por el aplanamiento de la bóveda plantar y la pronación en valgo del talón.

Pie plano, frecuente entre los 10 meses y los 3-4 años y destinado a resolverse espontáneamente generalmente a los 6-7 años, cuando persiste puede favorecer el desarrollo de problemas a nivel de tobillos y rodillas.

Del mismo modo, el pie cavo puede generar una serie de problemas posturales que pueden causar dolor, ya que el pie no se apoya en el suelo como debería.

La excesiva curvatura del arco plantar, sin embargo, no es la única característica de esta afección: quienes la padecen también tienen un talón que gira hacia adentro y el primer metatarsiano está bajado.

Congénito o adquirido, el pie cavo se puede clasificar según su gravedad y requiere una intervención conservadora o quirúrgica.

Pie plano: qué es y cómo reconocerlo

Deformidad anatómica, el pie cavo es reconocible en una investigación objetiva.

De hecho, quienes la padecen tienen un arco plantar más alto de lo normal y, cuando apoyan el pie en el suelo, son incapaces de colocar los dedos, el talón y parte de la planta del pie al mismo tiempo.

Las únicas estructuras que entran en contacto con el suelo son el talón y los dedos, mientras que la parte central permanece “elevada”.

En condiciones fisiológicas, el pie es a la vez hueco y plano: se aplana cuando está en apoyo (actuando como amortiguador) y el arco plantar se eleva cuando se empuja.

El pie hueco, por tanto, funciona bien en la fase de empuje pero no amortigua la pisada cuando se apoya en el suelo

No hace falta decir que cualquier persona con esta anomalía tiene un problema en la distribución del peso corporal.

En lugar de pesar sobre todo el pie, solo pesa sobre las zonas que descansan sobre el suelo.

Es una malformación debida a dos condiciones diferentes, que ocurren simultáneamente: las estructuras internas que forman el arco plantar medial se elevan de forma no natural, y la zona anterior (especialmente la del dedo gordo del pie) se curva hacia abajo.

A menudo, también surgen problemas de tendones y músculos.

El pie cavo tiene varias causas, que pueden ser congénitas, adaptativas o idiopáticas.

En el primer caso la característica está presente desde el nacimiento y están involucrados factores genéticos, en el segundo caso los factores desencadenantes son reconocibles y en el tercero se origina por causas desconocidas.

Las causas adaptativas incluyen enfermedades neurológicas (en el 70% de los casos), causas esqueléticas y traumatismos.

Las enfermedades neurológicas que pueden dar lugar al origen del pie hueco son:

  • síndrome de Charcot-Marie-Tooth, una neuropatía hereditaria en la que los músculos de la parte inferior de las piernas se debilitan y atrofian;
  • ataxia de Friedreich, enfermedad neurodegenerativa hereditaria, caracterizada por ataxia progresiva de la marcha;
  • espina bífida, una malformación debida al cierre incompleto de una o más vértebras;
  • neuropatía hereditaria, caracterizada por pérdida sensorial de fibras nerviosas pequeñas y grandes;
  • el trazo;
  • poliomielitis;
  • espinal tumores
  • tumores cerebrales;
  • parálisis espástica;
  • lesiones de la columna vertebral;
  • siringomielia, una enfermedad neurológica caracterizada por la formación de quistes llenos de líquido en la médula espinal;
  • distrofia muscular;
  • gota.

El pie cavo también puede originarse por algunas alteraciones esqueléticas, que afectan al antepié (pie cavo impulsado por antepié) o al retropié (pie cavo impulsado por retropié).

En el primer caso hay una flexión plantar del primer metatarsiano, con el pie tendiendo a ahuecarse y con el retropié tendiendo a la supinación en respuesta.

En el segundo caso, además de la flexión plantar del primer metatarsiano, se produce una supinación autónoma del retropié.

Finalmente, un trauma (en el talón, el pie, el tobillo) o una lesión en el tendón (por lo general, una lesión en el tendón de Aquiles) pueden causar pie cavo.

El paciente generalmente siente una capacidad reducida para mover las articulaciones, y el desgaste discordante del calzado muestra que existe una asimetría en la distribución del peso corporal.

A menudo, en el caso del pie cavo postraumático, también hay artrosis del tobillo (el tejido cartilaginoso se reduce cada vez más y, al reaccionar al roce, el hueso produce osteofitos).

Mucho más común entre las mujeres, el pie cavo finalmente puede ser causado por el uso prolongado de zapatos de tacón, que obligan al pie a adoptar una posición y una curvatura poco naturales.

En muchos casos, el pie cavo está visiblemente presente sin síntomas.

Cuando los síntomas están presentes, generalmente consisten en:

  • dolor en el tobillo y el pie, especialmente en los costados y en la zona de los metatarsianos (parte del esqueleto del pie formada por cinco huesos largos y delgados dispuestos en paralelo);
  • tobillos inestables, que fácilmente incurren en esguinces;
  • dificultad para mantenerse erguido durante períodos prolongados, caminar o correr largas distancias;
  • sensación de rigidez en los pies y tobillos;
  • dedos en garra (o gancho): las falanges están curvadas hacia abajo en las articulaciones central y distal, y los dedos se doblan hacia abajo debido al daño;
  • Manifestación frecuente de callosidades en los talones, metatarso y costados del pie.

Los síntomas más graves del pie cavo pueden consistir en tendinitis peronea (inflamación del tendón peroneo), rotura del tendón de Aquiles, fascitis plantar (inflamación y dolor en el ligamento arqueado que conecta el talón con la base de los dedos) y pinzamiento del tobillo (dolor en la parte anterior del tobillo causada por el impacto entre dos estructuras fibrosas o esqueléticas).

El diagnostico

Si siente un dolor especialmente intenso en los pies y los tobillos, o sensación de debilidad, si sufre esguinces o dedos ganchudos con frecuencia, es recomendable que reserve una visita a un especialista (ortopedista o podólogo).

En la mayoría de los casos, un examen físico y la historia son suficientes para el diagnóstico.

El médico escucha los síntomas del paciente, indaga sobre su historial médico y familiar, observa el pie en reposo y durante la marcha.

Si lo considera oportuno, puede prescribir una radiografía para tener una idea clara de la anatomía de los pies del paciente, o una resonancia magnética para comprobar el estado de las estructuras blandas periarticulares.

A veces, las imágenes por resonancia magnética del cerebro y la médula espinal son útiles para investigar si existe un trastorno neurológico.

Una última prueba que se puede prescribir es la electromiografía, para evaluar las condiciones de los músculos y las estructuras nerviosas que los inervan.

En cualquier caso, se trata de métodos mínimamente invasivos y casi totalmente libres de efectos secundarios.

El tipo de tratamiento depende de la causa del pie cavo y de la gravedad de la afección.

  • Es sobre todo la gravedad de los síntomas lo que determina la elección de un abordaje conservador o quirúrgico.
  • En el caso del cavo del antepié, por lo general, se prescribe una plantilla hecha a medida para insertar en el interior del calzado, útil para mejorar el impacto en el suelo y para corregir la distribución del peso corporal sobre el pie.
  • En el caso del cavo impulsado por el retropié, por otro lado, el soporte del arco no brinda beneficios a largo plazo.

El tratamiento conservador también está indicado para quienes padecen pie hueco neurológico, debido a la capacidad de la ortesis para facilitar la correcta marcha.

Otras terapias conservadoras consisten en la fisioterapia (dirigida a mejorar la marcha y la carrera e indicada sobre todo para deportistas), en la prescripción de analgésicos, en el uso de calzado diseñado para personas con esta anomalía genética y en el descanso de la actividad deportiva en las fases en las que el dolor es agudo.

Hay casos, sin embargo, donde la terapia quirúrgica es la única opción.

Esto es necesario para aliviar el dolor, eliminar o reducir la deformidad y evitar los frecuentes esguinces de tobillo.

Para aquellos con antepié impulsado, la terapia quirúrgica más adecuada es la osteotomía (y por lo tanto la eliminación de una porción de hueso) del primer metatarsiano; aquellos con retropié impulsado, en cambio, necesitan múltiples osteotomías (del talón, del primer metatarsiano).

Otras operaciones practicables son el alargamiento quirúrgico del tendón de Aquiles, la distensión quirúrgica de la fascia plantar, las transferencias de tendones y la artrodesis (operaciones quirúrgicas que transforman una articulación de móvil a estática).

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