Psicopatía: ¿qué se entiende por trastorno psicopático?

El trastorno psicopático (psicopatía) se caracteriza por un patrón duradero de comportamiento antisocial que comienza en la infancia.

Es el primer trastorno de personalidad reconocido históricamente en psiquiatría y cuenta con una larga tradición clínica.

Se caracteriza por una serie de factores interpersonales, afectivos y conductuales que se enumeran a continuación:

  • Locuacidad / encanto superficial: el psicópata suele ser un conversador divertido y agradable, capaz de contar historias inverosímiles pero convincentes, que lo colocan en una buena posición ante los ojos de los demás;
  • Sentido grandioso de uno mismo: la psicopatía se caracteriza por una alta opinión del propio valor y características;
  • Necesidad de estímulos/propensión al aburrimiento: el psicópata se aburre rápidamente y tiende a buscar la reactivación conductual o emocional asumiendo conductas de riesgo;
  • Mentira patológica: suele tener una notable disposición y capacidad para mentir;
  • Manipulatividad: puede utilizar el fraude para defraudar, engañar o manipular a otros, con el fin de lograr un propósito personal percibido como ventajoso;
  • Ausencia de remordimiento/culpa: La psicopatía puede manifestarse como una falta de preocupación por las consecuencias negativas de las propias acciones;
  • Afectividad superficial: las emociones suelen ser teatrales, superficiales y de corta duración;
  • Déficit de control conductual: el psicópata puede mostrarse colérico o irritable, así como responder a la frustración con conductas verbalmente agresivas o conductas violentas;
  • Impulsividad: la falta de reflexión, planificación y premeditación puede estar presente en la psicopatía.

Características neurobiológicas de la psicopatía

Los modelos neurobiológicos de la psicopatía se han centrado en el funcionamiento peculiar de las estructuras límbicas y paralímbicas, en particular la amígdala y la corteza prefrontal ventromedial, tratando de arrojar luz sobre la asociación entre disfunciones en estas áreas y la deficiencia/falta de empatía y regulación de la conducta.

Hay principalmente dos tesis que han intentado explicar por qué las personas con psicopatía normalmente no experimentan empatía y culpa: (a) la hipótesis del déficit de empatía (Blair 1995) y (b) la del miedo deficiente (propensión al miedo) (Hare 1970; Kochanska 1997; Lykken 1995; Patrick 1994).

Según la hipótesis del “déficit empático”, existiría una anomalía en el funcionamiento de la amígdala que dificultaría/ausería reconocer las emociones de otras personas como la ansiedad y la tristeza.

La segunda tesis sostiene que en la base del trastorno existe una alteración de la amígdala que se manifestaría en la pobre temeridad (baja reactividad a estímulos nocivos o amenazantes).

Implicaría una insuficiente sensibilidad a las penas y, en consecuencia, una limitada relevancia atribuida a las normas morales.

Características emocionales de la psicopatía

Los psicópatas muestran dificultad para procesar información emocional y responder con empatía a los demás.

Este déficit podría ser la base del éxito que estos individuos suelen tener en manipular y engañar a otras personas, resultando en convencer.

La ausencia de reciprocidad emocional y empatía, o la reducción de la intensidad con la que se experimentan y representan las emociones, podría explicar la peculiar capacidad de persuasión que caracteriza a estos individuos: careciendo de empatía, de hecho, las personas psicópatas serían más capaces de representar a su víctima como “un objeto de uso”, logrando no sentir remordimiento ni culpa por las consecuencias de sus actos.

Características cognitivas de la psicopatía.

Los esquemas básicos del yo, los demás y el mundo de los psicópatas parecen estar caracterizados por la rigidez y la inflexibilidad: el psicópata se ve a sí mismo como fuerte y autónomo, mientras que los demás son débiles y susceptibles de explotación (presa).

Suele haber un sesgo en el que se sobrestiman las intenciones maliciosas de los demás.

El psicópata tenderá, por tanto, a prestar la máxima atención, minimizando el riesgo de victimización y convirtiéndose él mismo en agresor.

La literatura científica ha explorado la capacidad de juicio moral en la psicopatía, tratando de comprender si la persona afectada por este problema es capaz o no de distinguir “lo que está bien” de “lo que está moralmente mal”.

Los resultados de la investigación han puesto de manifiesto cómo las personas que padecen psicopatía exhiben principalmente juicios morales personales utilitarios: esto explicaría la tendencia a violar las reglas y normas sociales con el fin de obtener ventajas para sí mismos.

Según esta perspectiva, el psicópata generalmente estaría hiperconcentrado en la meta y, en consecuencia, no tomaría debidamente en cuenta los costos “morales” de su propia conducta.

Papel de la empatía en la psicopatía

La empatía normalmente ejerce un efecto inhibidor sobre el comportamiento agresivo ya que representa una experiencia afectiva compartida entre dos seres humanos.

Según Feshbach y Feshbach (1969), los individuos capaces de asumir con precisión la perspectiva del otro son más proclives a implementar acciones prosociales que conductas agresivas.

La dificultad observada en los sujetos psicópatas para representar y “sentir” la experiencia emocional del otro ha sido interpretada por otros estudiosos como consecuencia de una distracción activa y consciente de la mirada de la víctima, que la persona antisocial implementaría voluntariamente para inhibir la activación natural de los sentimientos prosociales y poder así mantener una actitud fría y suficientemente desapegada.

En efecto, la capacidad de captar el miedo o la tristeza del otro no va necesariamente acompañada de una actitud positiva: la resonancia empática del sufrimiento ajeno puede incluso estar al servicio de deseos “inmorales”.

De ello se deduce que, más que tener un déficit de empatía, los psicópatas podrían tener “metas antisociales” y no dar tanto peso a la representación del sufrimiento del otro, sea empático o intelectual, que a la representación de su propio propósito personal (Mancini, Capo y Colle, 2009).

Caminos evolutivos de la personalidad psicopática

La historia del desarrollo de las personas psicópatas generalmente se caracteriza por experiencias parentales disfuncionales, como lo describen Patterson et al. (1991; 1998).

De acuerdo con la “teoría de la coerción”, el comportamiento psicopático se aprende dentro de la familia y luego se generaliza a otros contextos y situaciones. Los comportamientos poco cooperativos de los niños serían consecuencia de interacciones coercitivas entre padres e hijos.

Algunos ejemplos de crianza disfuncional son: disciplina inconsistente o, por el contrario, excesivamente estricta; baja supervisión y seguimiento; insuficiente expresión de afecto; alto número de verbalizaciones negativas y alta emotividad expresada (Cornah et al. 2003; Portier y Day 2007).

La investigación de Patterson y colaboradores (1991) muestra que los padres de sujetos con psicópatas rara vez ejercen un castigo significativo y contingente por la conducta agresiva y no cooperativa que pretenden reducir, además, no brindan instrucciones al niño a través de estímulos aversivos.

Si lo hacen, lo hacen sobre la onda emocional del momento (actitud de enojo, exageración del castigo luego retractado, inconsistencia en el manejo de contingencias, etc.).

Los estudios longitudinales llevados a cabo por Patterson y colaboradores (1998) también han demostrado que las interacciones coercitivas recién descritas entre padres e hijos predicen relaciones agresivas con los compañeros y la afiliación a grupos desviados en la adolescencia.

Implicaciones para el tratamiento de la psicopatía

Desde el punto de vista del pronóstico y del tratamiento, se ha observado (Robbins, Tipp, Przybeck, 1991) que las tendencias antisociales y psicopáticas tienden a disminuir de forma natural con el paso de los años, especialmente a partir de los cuarenta y cincuenta años (Black, 1999) y que las acciones delictivas o, al menos, los delitos violentos, normalmente tienden a retroceder.

Los componentes conductuales de la psicopatía suelen beneficiarse más del tratamiento que los rasgos de personalidad típicos del trastorno (Dazzi y Madeddu, 2009).

La capacidad de sentir empatía puede ser un elemento crucial para un pronóstico más favorable (Streeck-Fisher, 1998) en el tratamiento de la psicopatía.

Hemos visto cómo el bajo sentido de culpa de los sujetos psicópatas y la baja propensión a respetar las normas sociales y éticas también pueden explicarse como resultado de experiencias evolutivas particulares que han predispuesto al sujeto a la creación y mantenimiento de metas y creencias específicas tales como :

  • propensión a percibir a los demás como hostiles, injustos y rechazantes;
  • experiencia de la autoridad como injusta e inadecuada para el rol (excesivamente controladora o laxa y desinteresada);
  • inversión en el dominio y aversión a la heteronomía;
  • experiencias de no pertenencia y diversidad con respecto al grupo general de pares.

Evidentemente casar la tesis del “déficit estructural” de la psicopatía o la basada en metas y creencias implica numerosas diferencias a nivel clínico.

Considerando el bajo sentimiento de culpa como el efecto de experiencias específicas con las autoridades y con los iguales, más que como la expresión de un déficit cognitivo, implica, de hecho, la preferencia por las intervenciones de rehabilitación dirigidas a recuperar las funciones mentales deficientes (entrenamiento centrado en la teoría de la mente y la empatía), procedimientos específicos dirigidos a:

  • inducir al sujeto a comprender la naturaleza y las razones de su propio comportamiento a través de una revisión de su propia historia evolutiva;
  • fomentar experiencias más positivas de la autoridad (destacando, por ejemplo, su función protectora y supervisora ​​respecto de los derechos y deberes recíprocos);
  • gestionar las contingencias de acción-reacción para hacer ciertas y predecibles las consecuencias de la acción tanto en referencia a los “castigos” (certeza de la pena) como a las merecidas “ganancias”;
  • reducir el sesgo de atribución hostil;
  • fomentar la construcción de un rol social (actitudes, habilidades, etc.) útil para fomentar la pertenencia y la cooperación;
  • experimentar el placer y la funcionalidad de la afiliación y la prosocialidad;
  • conectar el valor personal y la buena imagen con el comportamiento ético

Bibliografía esencial

Blair, R., Jones, L., Clark, F. y Smith, M. (1997). El individuo psicópata: una falta de capacidad de respuesta a angustia ¿señales? Psicofisiología 34, 192–8.

Crittenden, PM (1994). Nuove prospettive sull'attaccamento: Teoria e pratica in famiglie ad alto rischio. Guerini, Milán.

Mancini, F. y Gangemi, A. (2006). El papel de la responsabilidad y el miedo a la culpa en la prueba de hipótesis. Revista de terapia conductual y psiquiatría experimental 37 (4), 333-346.

Moffitt, TE (1993). Comportamiento antisocial limitado a la adolescencia y persistente en el curso de la vida: una taxonomía del desarrollo. Revisión psicológica 100, 4, 674-70.

Patterson, GR, Capaldi, D. y Bank, L. (1991). Un modelo de inicio temprano para predecir la delincuencia. En DJ Pepler y kH Rubin (Eds), El desarrollo y tratamiento de la agresión infantil. Erlbaum, Nueva York.

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